lunes, 31 de octubre de 2011

unmigone goes Miami: palomas


El temporal dejó su huella en la orilla de South Beach: un dibujo de algas y otras plantas que flotaban en el mar revuelto y que la rompiente se encargaba de acomodar una y otra vez cada algunos segundos. El viento, mientras tanto, desorganizaba todos los planes y marcaba el terreno, hostil, tropical. Y así, en el medio de todo ese caos estaban las palomas. Gordas, grises y grandotas. ¡Palomas! Las mismas que comen picingallo en la Plaza de Mayo, esas ratas con alas que invaden la ciudad andaban por la arena picoteando lo que podía llegar a considerarse comida, quitándole glamour a la postal tropical.
Unas horas antes, un empleado de Budget muy parecido a Arnold Jackson-Drummond (más alto, claro) me quería convencer a toda costa de poner 12 dólares más para hacer un upgrade. Nos negamos. Después, me explicó el tema de los seguros: LDW, PAE, ESP, SLI… siglas con las cuales no se puede ser intransigente en el país de la industria de los juicios. “It is peace in your mind”, me dijo Arnold para convencerme de que, aunque no eran técnicamente obligatorios, necesitaba contar con todos esos seguros para poder disfrutar del viaje. 20 segundos más tarde estaba firmando todo con con la lapicera stylus en la pantalla de LCD. El res ultado de nuestra negociación con Arnold estaba en la cochera B44. Al llegar, descubrimos que lo que él nos había dado era un Mustang negro, con luces de neón por todos lados en su interior. Miami 100%.
Sin siquiera pasar por el hotel a dejar la valija echamos a rodar el auto y navegamos por una media hora en las entramadísimas autopistas del Sur de la Florida. Ni el GPS podía salvarnos. Salida a la derecha, salida a la izquiera, merge: se juntan los carriles, exit 1A, 2B, N95… el horror, el horror.
Primera parada: Manolo’s. Un lugar en donde venden churros de dulce de leche, milanesas, empanadas y sándwiches de miga. Sospechamos que los dueños podrían ser argentinos.
Destino final: Sawgrass Mills Mall, Fort Luderdale. Lo que pasó allí es imaginable. 10 horas después, salimos hacia el hotel con varios dólares menos y el baúl del Mustang cargado. Apenas el último hálito de vida para hacer la registración en el Albion, baño y a dormir.
El domingo fue un poco más de lo mismo, pero más tranquilo. Estuvo la caminata de reconocimiento por la playa y por el barrio (Lincoln y Collins) pero también una visita la Bayside Marketplace. El downtown de Miami fue un caos. La competencia del Iron Man Miami había tomado al centro comercial de la ciudad y los policías de tránsito hacían lo que podían para ordenar a los autos que se apilaban atontados.
Descubrimos ese lugar del que tanto nos habían hablado: Ross.
Y también fuimos al Dolphin Mall, pero de puro gusto, con poco tiempo y menos organización que la del día anterior cuando visitamos Sawgrass.
Halloween estaba en todas partes y la gente saqueaba (literalmente) el Sprit Halloween, un negocio temático.
Mientras tanto, seguro, las palomas seguían ahí en la orilla, picoteando lo que sea y arrinuando la postal miamense. ¡Qué hijas de puta!

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