lunes, 2 de febrero de 2015

Ciro y yo

En abril de 2004, hace algo menos de 11 años, Nacho fue a buscar un ovejero alemán a un criadero de Villa Tesei y trajo a Conde. Lo rebautizaron Ciro, prolongando una tradición de respetar la inicial original del cachorro cuando se le pone nombre. Ciro , de 45 días entonces, se sumó así a una familia en donde los ovejeros fueron siempre la compañía animal: Otto, Jano y Jerjes, fueron los otros nombres de que habían acompañado.
Ciro, el primer perro con pedigree que tuvimos, llegó con una carta. Era una fotocopia de un original escrito a mano y empezaba diciendo “Hola, soy tu perro”. Hablaba en primera persona y hasta estaba firmada con una huella (de cachorro). Por más ridícula y bizarra que sonara, hacía referencia una gran verdad: los perros no viven demasiado. Palabras más, palabras menos, el texto decía: “Y un día yo no estaré más pero te estaré mirando desde el cielo”. Nos reímos de esa carta tanto como pudimos hasta que la fotocopia dejó de dar vueltas por la cocina de casa.
 Ayer, Ciro murió. Y el texto de la carta volvió a resonar en mi cabeza. ¿Por qué nos encariñamos tanto con un animal? ¿Por qué lloramos su partida si ya sabemos de antemano que así está prevista por la naturaleza?
Es inevitable pensar en la vida de Ciro durante 11 años sin relacionarla con la de uno. Tenía yo 23 años cuando llegó y muchas cosas me pasaron desde entonces. Dos hijos, por ejemplo. Pedro y Joaquina pudieron conocerlo y, aunque probablemente no se acuerden de Ciro de grandes, sí pudieron quererlo mucho. Cuando llegábamos a la casa, Ciro era siempre el primero en recibirnos y era imposible que lo haga sin olernos, lamernos y saltar encima nuestro. Cuando Pedro dormía la siesta o a la noche, Ciro se quedaba al lado de la cuna, cuidándolo acaso.
Y Joaquina, que le tenía miedo. Lógico, si era un monstruo gigante para ella. Pero un día, con ayuda, dejó de tenerle pánico y empezó a acercarse. Lo acariciaba, a veces sola. Cuando la perdíamos en casa, muchas veces estaba con Ciro. Le metía comida en la boca, o le convidaba su mamadera.
La única vez que escribí sobre Ciro en este blog fue cuando pasó unos días con Pampita. Pero Ciro también tuvo sus páginas de prensa. Después de cierta insistencia, apareció en el Bestiario de La Nación comiendo mandarina.
El sábado a la tarde, ya con su condición irreversible, nos despedimos de Ciro. Fue triste, a pesar de que sea un perro. Nos vamos a acordar siempre de vos, Cirolio. Que descanses.

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