sábado, 30 de noviembre de 2013

Jacarandás 2013

¿Pueden -acaso- los jacarandás salvar una vida? A mí me pasó. A fines del año pasado la empresa en donde trabajo mudó su oficina de Tribunales a San Martín entre Viamonte y Tucumán, deep Microcentro. Sin entrar demasiado en los detalles que motivaron esa decisión, basta decir que la propuesta no fue muy bien recidida por los empleados, incluido yo. Aunque la zona de donde veníamos no era precisamente la campiñia francesa ni tenía tampoco la parsimonia de un pueblo del interior de Santiago del Estero a la hora de la siesta, todos coincidíamos que tener que ir a trabajar al Downtown porteño era lo peor que nos podìa pasar en Noviembre, a la vera del incipiente verano que entraba sin pedir permiso. Más lejos de casa, más caro, más gente, más tráfico, más tiempo de viaje, más colas, más edificios, más obras, más ruido, más calor, más cemento, menos verde. 
Tomé aire, reprogramé mi derrotero y empecé a conocer el Microcentro. Todo lo malo que suponía estaba ahí y todas mis hipótesis sobre la vida profesional allí se comprobaban con precisión científica.
Volví de viaje un jueves y tomé mi ruta habitual a pie: San Martín, Marcelo T, Plaza San Martín. Sin proponérmelo hice una escala allì y levanté la vista. Allí estaban los jacarandás recién florecidos. Y sus flores violáceas animando el hostil paisaje gris.Hacía por lo menos 15 años que andaba por ese circuito y nunca había reparado en esos colores. Y encima estaban por todas partes. Durante dos semanas no hablé casi de nada más que jacarandás. Leí casi todo lo que encontré en Google sobre este género de árboles.
Esos días entendí que debía hacer las paces con el Microcentro. Al menos estrechar las manos como hombres y acordar un pacto de no agresión. Los jacarandás ya habían cagado a trompadas a mi yo pesimista y reanimado a la esperanza, la habían rescatado de la mazmorra a donde había sido llevada luego de la mudanza. Había empezado a ver las cosas desde otro punto de vista sin darme cuenta. 
Claro que la temporada de jacarandás es corta. Pero no importaba. Ya había cambiado algo en mí. Y sabía además que tarde o temprano, un año después cuanto mucho, nos volveríamos a ver. 



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